Cuéntase que Petrarca (celebérrimo poeta italiano del siglo XIV) tenía tal afición a los libros que, ensimismado en su lectura, solía olvidarse de los más elementales deberes que la amistad y la cortesía imponen.
Y como en cierta ocasión sus amigos le advirtieran que, de seguir por tal camino se iba a quedar sin amistades, él le contestó serenamente:
“Aunque viva alejado del mundo, siempre tendré amigos cuyo trato es muy amable: amigos de todos los tiempos y países que me ilustran en las artes de la guerra, en los negocios públicos y en las ciencias. Con ellos no tengo que incomodarme para nada y están siempre a mi disposición, pues los mando venir y los despido cuando me place.
Lejos de importunarme, responden a mis preguntas. Unos me cuentan los sucesos de siglos pasados; otros me revelan los secretos de la naturaleza; éste me enseña a morir bien; aquel me distrae con la ayuda de su ingenio o calma mis enojos con su buen humor y jovialidad. Hay algunos que endurecen mi alma contra los sufrimientos; hay otros que me llevan por las sendas de flores, halagado por risueñas esperanzas.
En cambio de tantos favores, no piden más que un modesto cuarto, donde se hallen al abrigo del polvo. Cuando salgo de casa me hago acompañar por alguno de ellos por las sendas que recorro, pues la tranquilidad de los campos les gusta más que el bullicio de las ciudades…”
- ¿Y quiénes son esos amigos?
- Esos amigos, que tan bien me sirven y tan poco me exigen, son los libros de mi biblioteca.
Los buenos libros son un tesoro. “Procurad su compañía y aprended a gustar de sus delicias”
Y como en cierta ocasión sus amigos le advirtieran que, de seguir por tal camino se iba a quedar sin amistades, él le contestó serenamente:
“Aunque viva alejado del mundo, siempre tendré amigos cuyo trato es muy amable: amigos de todos los tiempos y países que me ilustran en las artes de la guerra, en los negocios públicos y en las ciencias. Con ellos no tengo que incomodarme para nada y están siempre a mi disposición, pues los mando venir y los despido cuando me place.
Lejos de importunarme, responden a mis preguntas. Unos me cuentan los sucesos de siglos pasados; otros me revelan los secretos de la naturaleza; éste me enseña a morir bien; aquel me distrae con la ayuda de su ingenio o calma mis enojos con su buen humor y jovialidad. Hay algunos que endurecen mi alma contra los sufrimientos; hay otros que me llevan por las sendas de flores, halagado por risueñas esperanzas.
En cambio de tantos favores, no piden más que un modesto cuarto, donde se hallen al abrigo del polvo. Cuando salgo de casa me hago acompañar por alguno de ellos por las sendas que recorro, pues la tranquilidad de los campos les gusta más que el bullicio de las ciudades…”
- ¿Y quiénes son esos amigos?
- Esos amigos, que tan bien me sirven y tan poco me exigen, son los libros de mi biblioteca.
Los buenos libros son un tesoro. “Procurad su compañía y aprended a gustar de sus delicias”
2 comentarios:
Yo apostaría por un equilibrio entre ambas partes. Cierto es, que a Petrarca no le faltaba razón ninguna, pero no se puede vivir al margen del mundo "real" (por así decirlo). ¡Buena entrada!
Los libros son amigos... pero las personas son las verdaderas amigas. Un libro no te puede dar amor, por muy bonitos que sean los textos de sus páginas. El verdadero amigo es aquella persona que siempre te apoya, que siempre está a tu lado, que no te dejará aunque caigan truenos y relámpagos, pero sobretodo aquella persona que te da su amor, su cariño, y su comprensión. Y eso no lo puede dar ningún libro.
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