Querida amiga: no sé por qué has elegido estos estudios. No sé si de verdad te interesa ser maestra o te ha arrastrado hasta aquí el viento del azar, la presión familiar, la corriente de la necesidad o, sencillamente, tu condición de mujer. Se ha dicho tantas veces que la enseñanza es una profesión de mujeres que muchas personas hasta se lo han creído. ¿Has sido tú una de ellas? ¿Lo han sido tus padres que, a la postre, han dicho: “la niña, a maestra”? Lo cierto es que estás matriculada en la carrera que conduce a una escuela, a un aula, a unos niños y a unas niñas que pronto (más pronto de lo que piensas, más tarde de lo que deseas) estarán en tus manos.
Cada vez me inquieta más la naturaleza compleja de esta profesión. La más importante, quizás. La más delicada de cuantas existen. La maestra trabaja con “materiales” de altísima delicadeza. Las concepciones, los sentimientos, las ilusiones, los valores, las expectativas, las ideas, las esperanzas de los niños y niñas. Otros profesionales trabajan con materiales más dóciles, menos complejos. Un arquitecto sabe que sus ladrillos obedecen leyes. Los niños y las niñas, no. Y menos en un grupo.
Dice Rubem Alves que “enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna forma estamos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra. Así, el profesor no muere nunca…” tu futura tarea tiene más obra moral que de ejercicio técnico. La cultura neoliberal, en la que la escuela se encuentra inmersa, no es muy propicia para llevar a cabo una tarea tan revolucionaria como la educación. La cultura neoliberal nos habla de individualismo, competitividad, de privatizaciones, de obsesión por la eficacia, de capitalismo, de impero por el mercado, de la primacía de las apariencias y de la imagen… Nosotros hablamos de solidaridad, de compasión, de esperanza, de igualdad, de libertad, de dignidad… Por eso la escuela ha de ser una institución contrahegemónica. No es fácil avanzar contra la corriente. Pero, ya te advierto: sólo a los peces muertos les arrastra la corriente.
No soy tan ingenuo como para pensar que toda la sociedad cambiará por la educación que se imparte en las escuelas. Pero también pienso que la lenta revolución de las conciencias y de las actitudes y de las estructuras se producirán a través de la educación. Por eso creo que a esta profesión deberían acudir las personas más responsables, las más inteligentes, las más comprometidas con la sociedad.
Sé que muchas de las cosas de las que nosotros hacemos en la Facultad te resultarán decepcionantes. Son contradictorias, no tienen que ver con nuestras explicaciones teóricas. Quizás lo más negativo sean nuestras formas de actuar, nuestra manera de ser.
La obsolescencia de los contenidos, la masificación en las aulas, la rutina de los métodos, la falta de imaginación y de creatividad en la organización, la descoordinación del currículo, la mala simbiosis entre teoría y práctica, el escaso dinamismo de la experiencia, la falta de innovaciones rigurosas, no resultan un buen camino para llegar lejos. Una formación rutinaria, masificada y excesivamente teórica resulta poco estimulante para llegar al ejercicio profesional. La esperanza, pues, no está en nosotros. Está en ti.
Me gustaría que tú fueses para nosotros un estímulo, no una rémora. Un aliciente, no un obstáculo. Una exigencia, no una invitación a la mediocridad y a la rutina. Para que así sea, necesitamos que quieras aprender más que aprobar, que te comprometas con la mejora de la formación, que participes en el gobierno, que nos exijas que entreguemos lo mejor de nosotros mismos, que nos ayudes a pensar, a convivir y a cumplir con las exigencias de una tarea tan comprometida.
Algunos maestros me dicen que llegan a las aulas jóvenes sin mucha capacidad de compromiso y de transformación. Sin muchas ganas de pelea. ¿Qué sucede? ¿Estamos poniendo el énfasis en la transmisión de conocimientos y no en el cultivo de personalidades críticas, creativas, inquietas y generosas? Ayúdanos tú a pensar. Y exígenos.
La absorción de los noveles por parte de la cultura escolar es un fenómeno inquietante. Yo espero y deseo que de nuestras aulas universitarias lleguen a las escuelas maestras jóvenes con ilusión por mejorar lo que se encuentran, que tengan un dinamismo y un coraje que no sea detenido por las primeras dificultades, que sepan luchar contra las trampas de la cultura neoliberal que nos invade. En definitiva: que sean auténticas maestras.
Querida amiga, que tu escuela, cuando pronto llegues a ella, pueda ser mejor porque tú eres la nueva maestra. Con tu esfuerzo por la formación, ya estás empezando a conseguirlo. Ánimo.
Cada vez me inquieta más la naturaleza compleja de esta profesión. La más importante, quizás. La más delicada de cuantas existen. La maestra trabaja con “materiales” de altísima delicadeza. Las concepciones, los sentimientos, las ilusiones, los valores, las expectativas, las ideas, las esperanzas de los niños y niñas. Otros profesionales trabajan con materiales más dóciles, menos complejos. Un arquitecto sabe que sus ladrillos obedecen leyes. Los niños y las niñas, no. Y menos en un grupo.
Dice Rubem Alves que “enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna forma estamos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra. Así, el profesor no muere nunca…” tu futura tarea tiene más obra moral que de ejercicio técnico. La cultura neoliberal, en la que la escuela se encuentra inmersa, no es muy propicia para llevar a cabo una tarea tan revolucionaria como la educación. La cultura neoliberal nos habla de individualismo, competitividad, de privatizaciones, de obsesión por la eficacia, de capitalismo, de impero por el mercado, de la primacía de las apariencias y de la imagen… Nosotros hablamos de solidaridad, de compasión, de esperanza, de igualdad, de libertad, de dignidad… Por eso la escuela ha de ser una institución contrahegemónica. No es fácil avanzar contra la corriente. Pero, ya te advierto: sólo a los peces muertos les arrastra la corriente.
No soy tan ingenuo como para pensar que toda la sociedad cambiará por la educación que se imparte en las escuelas. Pero también pienso que la lenta revolución de las conciencias y de las actitudes y de las estructuras se producirán a través de la educación. Por eso creo que a esta profesión deberían acudir las personas más responsables, las más inteligentes, las más comprometidas con la sociedad.
Sé que muchas de las cosas de las que nosotros hacemos en la Facultad te resultarán decepcionantes. Son contradictorias, no tienen que ver con nuestras explicaciones teóricas. Quizás lo más negativo sean nuestras formas de actuar, nuestra manera de ser.
La obsolescencia de los contenidos, la masificación en las aulas, la rutina de los métodos, la falta de imaginación y de creatividad en la organización, la descoordinación del currículo, la mala simbiosis entre teoría y práctica, el escaso dinamismo de la experiencia, la falta de innovaciones rigurosas, no resultan un buen camino para llegar lejos. Una formación rutinaria, masificada y excesivamente teórica resulta poco estimulante para llegar al ejercicio profesional. La esperanza, pues, no está en nosotros. Está en ti.
Me gustaría que tú fueses para nosotros un estímulo, no una rémora. Un aliciente, no un obstáculo. Una exigencia, no una invitación a la mediocridad y a la rutina. Para que así sea, necesitamos que quieras aprender más que aprobar, que te comprometas con la mejora de la formación, que participes en el gobierno, que nos exijas que entreguemos lo mejor de nosotros mismos, que nos ayudes a pensar, a convivir y a cumplir con las exigencias de una tarea tan comprometida.
Algunos maestros me dicen que llegan a las aulas jóvenes sin mucha capacidad de compromiso y de transformación. Sin muchas ganas de pelea. ¿Qué sucede? ¿Estamos poniendo el énfasis en la transmisión de conocimientos y no en el cultivo de personalidades críticas, creativas, inquietas y generosas? Ayúdanos tú a pensar. Y exígenos.
La absorción de los noveles por parte de la cultura escolar es un fenómeno inquietante. Yo espero y deseo que de nuestras aulas universitarias lleguen a las escuelas maestras jóvenes con ilusión por mejorar lo que se encuentran, que tengan un dinamismo y un coraje que no sea detenido por las primeras dificultades, que sepan luchar contra las trampas de la cultura neoliberal que nos invade. En definitiva: que sean auténticas maestras.
Querida amiga, que tu escuela, cuando pronto llegues a ella, pueda ser mejor porque tú eres la nueva maestra. Con tu esfuerzo por la formación, ya estás empezando a conseguirlo. Ánimo.
Miguel Ángel Santos Guerra
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