Domingo por la mañana. Suena el despertador. Con gran convencimiento me asomo a la ventana. Ropa cómoda y adecuada y a cargar con la mochila.
Aquello es un lugar totalmente diferente a lo que últimamente me estoy acostumbrando. Avanzando a buen ritmo, sentía cómo la carretera sinuosa recogía la ternura de una tierra cambiante en su verde, su vegetación dispersa, abetos y pinares entre montes. Me gusta el campo, el espacio, el monte, la presencia de lo rural. Allí respiro alivio, frescura, silencio, cuidado… incluso, las voces lejanas de los cazadores, han conseguido transmitirme cierta energía. Por si fuera poco, el buen tiempo hacía a la pequeña senda todavía más chula, si cabe. Sin darme cuenta, ya estaba casi arriba. Una pequeña parada para comer algo y finalmente, ya sólo quedaba el suave descenso de vuelta.
Muchas veces pasamos por nuestra ciudad sin pensar en hacer turismo. Las prisas, las preocupaciones o simplemente el sentir como natural y cotidiano todo lo que nos rodea, hace que no fijemos nuestra atención en tantas cosas bellas como nos rodean.
Hace 5 años
1 comentario:
Lo has hecho:):)
A mi m egusta, lo que tu dice,s también buscar la naturaleza en la ciudad. Y ver que las cosas son de piedra al fin y al cabo que han sido puestas ahí por aguna cuestión en concreto...me molaaaaaa
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