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miércoles, 7 de enero de 2009

Aún estamos a tiempo

- ¿Cómo sé que en esta ocasión puedo confiar en ti? -pregunté con timidez
- Shhh. ¿Oyes eso?
No oía nada y se lo dije.
- Es el sonido de algunos muros que se vienen abajo. Los muros que has ido levantando. ¿Los oyes ahora? Ya has empezado a confiar un poco en mí y los muros se están derrumbando.
- No, no oigo nada -contesté con obstinación.
- Da igual -dijo sin darle trascendencia-.
- Mientras yo oiga que se están desmoronando, no importa si tú no eres capaz de hacerlo.
- No lo entiendo -dije-. ¿Cómo va a ayudarme eso a reencauzar mi vida?
- Dímelo tú -me sonrió con expresión paciente.
Vaya, ahora iba a hacerme sudar.
- Bien, supongo que quizás he levantado algunos muros bastante sólidos a lo largo de los años -respondí pensativa-. Ya sabes, muros que me impiden creer en ti. Y también he utilizado esos muros para mantener a raya a otra mucha gente.
Hizo un gesto de asentimiento pero no dijo nada. Supuse que aquello significaba que aún quería oír más.
- Y me gustan mis muros -insistí-. Me han protegido. También han impedido que me hicieran daño.
- Y también han mantenido mucho miedo encerrado dentro –añadió-. Es por eso por lo que son tan peligrosos. Te impiden ver lo que es real.
- Vale -admití-, pero ¿qué es todo eso de traspasarlos? ¿Estás diciendo que tengo que derrumbar esos muros a los que tantos años he dedicado, hasta construirlos a la perfección?
- No -me dijo-. Eso sería demasiado trabajoso. Es más sencillo saltar por encima de ellos. Ya sabes, funcionar a pesar de ellos. Es simple: ignóralos. No es tan duro como piensas. La parte difícil es aprender a no construir más. Concéntrate en superarlos.
Estaba confundida. No tenía ni idea de por donde empezar. Mis muros me habían servido de mucho y no estaba segura de querer desprenderme de ellos.
- Sé que no es fácil, pero es la única posibilidad que tienes si quieres que tu vida cobre algún sentido…

martes, 28 de octubre de 2008

Los amigos de Petrarca

Cuéntase que Petrarca (celebérrimo poeta italiano del siglo XIV) tenía tal afición a los libros que, ensimismado en su lectura, solía olvidarse de los más elementales deberes que la amistad y la cortesía imponen.
Y como en cierta ocasión sus amigos le advirtieran que, de seguir por tal camino se iba a quedar sin amistades, él le contestó serenamente:
“Aunque viva alejado del mundo, siempre tendré amigos cuyo trato es muy amable: amigos de todos los tiempos y países que me ilustran en las artes de la guerra, en los negocios públicos y en las ciencias. Con ellos no tengo que incomodarme para nada y están siempre a mi disposición, pues los mando venir y los despido cuando me place.
Lejos de importunarme, responden a mis preguntas. Unos me cuentan los sucesos de siglos pasados; otros me revelan los secretos de la naturaleza; éste me enseña a morir bien; aquel me distrae con la ayuda de su ingenio o calma mis enojos con su buen humor y jovialidad. Hay algunos que endurecen mi alma contra los sufrimientos; hay otros que me llevan por las sendas de flores, halagado por risueñas esperanzas.
En cambio de tantos favores, no piden más que un modesto cuarto, donde se hallen al abrigo del polvo. Cuando salgo de casa me hago acompañar por alguno de ellos por las sendas que recorro, pues la tranquilidad de los campos les gusta más que el bullicio de las ciudades…”
- ¿Y quiénes son esos amigos?
- Esos amigos, que tan bien me sirven y tan poco me exigen, son los libros de mi biblioteca.

Los buenos libros son un tesoro. “Procurad su compañía y aprended a gustar de sus delicias”